martes, 22 de julio de 2014

JULIO 22, 2014

DANTE SALAZAR, ARLEY VÁZQUEZ, ADRIÁN EUGENIO ARRIOJA, SUSY COLCHADO HERRERA, KINERET VALDEZ GARCÍA Y AL ING. ARTURO ORTEGA MORÁN. CAPSULA DE LENGUA 291, NI TANTO QUE QUEME AL SANTO… No eran pocas las imágenes y figurillas de santos que habitaban casas e iglesias y que, para reparar los estragos del tiempo, necesitaban de alguien que de vez en cuando le echara una manita de gato a su vestimenta y apariencia. Era típico que, para ganarse la vida, muchas damas “quedadas” se dedicaran a esta actividad y de ahí quedó que “quedarse a vestir santos” pasara a significar ‘permanente soltería’, frase que luego ellas utilizarían para consolarse: “Mejor quedarse a vestir santos que a desvestir borrachos”. Más huellas de santos en el lenguaje las encontramos en frases como: “Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”, que usamos para recomendar moderación y que en origen se refiere a la cera (velas) que se enciende a sus estatuillas. También en “se me fue el santo al cielo”, que decimos cuando olvidamos algo; es tan grande el catálogo de santos y su especialización, que no sería raro que de pronto alguien no recordara el nombre del santo especialista en cierto tipo de milagros y para justificar el olvido, jocosamente dijera “!Ay, se me fue el santo al cielo! El origen de la palabra santo empieza con la antigua raíz *sak (santificar), que en latín dio el verbo sancire (sancionar) y que en Roma era, mediante rituales, ‘dar carácter sagrado a las leyes y normas establecidas’. Por eso después la palabra tomó también el sentido de ‘aplicar una pena por contravenir una de estas leyes’. De este verbo derivó sanctus ‘lo sagrado y lo consagrado a Dios’, que en castellano dio la palabra santo. Los santos también se hacen presentes en los topónimos, que son nombres de ríos, ciudades y otros lugares. Cuando este es el caso, se llaman hagiónimos, palabra derivada del griego hagios (santo). Algunos son muy obvios como: San Francisco, San Nicolás, Santa Catarina, Sao Pablo y muchas otras ciudades. En cambio, hay algunos hagiónimos que el tiempo y los cambios en el lenguaje han escondido: Boston, capital de Massachusetts, debe su nombre a san Botulfo, un santo inglés. Poco se sabe de la historia de este personaje, pero se dice que fue un abad que vivió en el siglo VII de la era cristiana y muy probablemente figura importante en el establecimiento del cristianismo en Inglaterra. Su veneración se extendió a una amplia región del norte de Europa y en Inglaterra, un pueblo tomó su nombre: Botolph's town (pueblo de Botulfo), que por simplificación de la pronunciación sajona, se dijo Boston, nombre que después se dio también a la ciudad americana. Otro hagiónimo escondido lo encontramos en China, poblado del estado de Nuevo León. Este pueblo primero se llamó San Felipe de Jesús de China, en honor al primer santo mexicano que más bien debió ser llamado San Felipe de Jesús de Japón, porque fue martirizado en ese país; pero lo fue en un tiempo en que a todo lo asiático se le tenía por chino y de ahí la confusión. Con el paso del tiempo, el nombre del santo desapareció y hoy este municipio, que bien pudo haberse llamado Japón, es llamado simplemente China. Me hubiera gustado dar santo y seña de todas las huellas que los santos han dejado en el lenguaje, pero por hoy… me doy de santos si logré impregnar de interés estas líneas.

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