lunes, 24 de agosto de 2015

AGOSTO 24, 2015

ANTONIO BOBADILLA, GABRIEL GARCÍA TORRES, YOLANDA ROCHA, MARTHA RAYA DÁVILA, FELIPE CASTILLO Y A MANUEL MARTÍNEZ GUILBOT Adolfo Ruiz Cortines "Se ganó la simpatía y el respeto nacional, porque fue un mandatario patriota y prudente como todo ser humano sabio. Ocupó la portada de Time. ¡No robarás! "Y seré inflexible con los servidores públicos que se aparten de la honradez y la decencia", declaró con toda la contundencia del caso y como parte de su discurso inaugural de la toma de la Presidencia el flamante presidente de la República, Adolfo Ruiz Cortines. "No permitiré que se quebranten los principios revolucionarios ni las leyes que nos rigen...", dijo en el Palacio de Bellas Artes. Asimismo, se comprometió a cumplir con un "plan de emergencia para poner al alcance del pueblo el maíz, el frijol, el azúcar y el piloncillo; las grasas comestibles, la manta, la mezclilla y el percal". Dice la biógrafa de Ruiz Cortines en su libro (Edit. Las Ánimas) que el mensaje era expresado "en tono dramático y sin recovecos, parecía señalar de algún modo los errores de la administración del expresidente Miguel Alemán, presente en aquel evento". En su discurso, el político veracruzano, nacido el 30 de diciembre de 1889, habló de gastos excesivos, superfluos e innecesarios. No más corrupción por parte de los servidores públicos. Don Adolfo o el "viejito", como lo llamaba el pueblo, odiaba la deshonestidad y el despilfarro. Al otro día de haber anunciado la lista completa de su gabinete, publicó otra más, la de sus bienes patrimoniales. Exigió, igualmente, que los más de 250 funcionarios públicos hicieran lo mismo. Entre ellos estaban Ángel Carbajal, secretario de Gobernación; Luis Padilla Nervo, secretario de Relaciones Exteriores; Antonio Carrillo Flores, secretario de Hacienda; Carlos Lazo, secretario de Comunicaciones y Obras Públicas; Ernesto P. Uruchurtu, jefe del Departamento del DF, y Adolfo López Mateos, de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social. Por si fuera poco, ordenó la suspensión de los pagos a los contratistas de gobierno y de un plumazo acabó con el monopolio de distribución petrolera que poseía el "secretario sin cartera", el millonario Jorge Pasquel. Lo mismo hizo con muchos de los beneficiados durante el gobierno de Miguel Alemán. Era tal su obsesión por la honradez que, incluso, "los esposos Ruiz Cortines tardaron un año en cambiarse a Los Pinos, porque la residencia le parecía ostentosa y escandalosamente grande". Don Adolfo prefería despachar en su casa de Insurgentes Sur, en la calle de Albarrán, o en Palacio Nacional. "Max (Notholt), el pueblo espera que su presidente sea decente siempre", le decía a su secretario particular. Dicho lo anterior, don Adolfo, aparte de darle el voto a la mujer, antepuso a sus intereses personales y los de su gabinete, los altos intereses de la nación. Por su parte, la primera dama, doña María Izaguirre, menos discreta que su marido y mayor que él: "Una vez al año le regalaba un auto de lujo a los obispos para que sus trabajos de evangelización resultaran más fecundos y menos mortificantes que los de Jesús". Hay que decir que en 1948, afortunadamente don Adolfo conoció a una mujer bellísima, la que sería el amor de su vida. Era tan pero tan discreto el ex Presidente, que nunca nadie conoció su nombre, ni nunca salió fotografiado con ella. Dice su biógrafa que el primer regalo que le dio a su joven amada fue un platón de latón colmado de hueva de lisa, tapado con una servilleta de trapo. Feliz de la vida, la enamorada comió el caviar regional de las costas veracruzanas. Adolfo Ruiz Cortines dejó la Presidencia el 1o. de diciembre de 1958. Tenía 63 años de edad. Para recibir a sus amigos, poder platicar y jugar dominó con tranquilidad, se instaló en una oficina "tan desolada y tan sencilla", en la Av. Revolución, por el rumbo de Tacubaya. Allí llegaban los más fieles, don Luis Cabrera, don Enrique Rodríguez Cano y Esperancita, su taquimecanógrafa de toda la vida. Cuando no tenía visitas, escribía sus memorias. En esa época padeció "el dolor más hondo", la muerte de su hijo. Con el tiempo, don Adolfo se fue haciendo cada vez más hermético y más solitario. El 3 de diciembre de 1973, a las 21:05 horas, murió a los 83 años, pobre pero con la conciencia tranquila. No robó, no traicionó a nadie y siempre fue congruente en su vida, tal y como aprendió de niño en el colegio jesuita, con su preceptor Jerónimo Díaz. Como bien concluye Esperanza Toral: "Se ganó el cariño y el respeto nacional, porque fue un mandatario patriota y prudente como todo ser humano sabio. Terminó sin riqueza alguna, porque se respetó a sí mismo y respetó al pueblo y sus leyes. Mantuvo la paz no con represión, ni matanzas, sino con trabajo que se tradujo en armonía social y desarrollo nacional". para que aprendieran a cumplir el Séptimo Mandamiento: "¡No robarás!".

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